En la fístula dural arteriovenosa, uno de los signos más frecuentes es la tinnitus pulsátil, que es una sensación de zumbido rítmico en el oído que coincide con los latidos del corazón y es causado por el flujo sanguíneo turbulento.
Es posible que también se presenten cefaleas persistentes, mareos, visión borrosa, diplopía o visión doble; y en casos avanzados la presencia de debilidad o entumecimiento de las extremidades.
Para casos de gravedad, cuando el drenaje venoso retrógrado afecta al cerebro, es posible que aparezcan síntomas neurológicos focales como convulsiones, dificultad para hablar, alteraciones de la memoria o pérdida de coordinación.
Si hay sangrado intracraneal, que puede ser de inicio súbito, se presenta dolor de cabeza intenso y disminución del estado de conciencia.
De manera general, la progresión de los síntomas suele ser gradual, pero en determinadas variantes; aunque su evolución es rápida y tiene riesgo mortal si no se trata adecuadamente.
Fístula arteriovenosa durales, diagnóstico
Para llegar al diagnóstico de la fístula dural arteriovenosa se inicia con sospecha clínica, especialmente en aquellos pacientes que presentan tinnitus pulsátil y síntomas neurológicos atípicos.
Posteriormente se emplea resonancia magnética y angiografía por resonancia magnética para detectar anomalías en el flujo sanguíneo y cambios en el parénquima cerebral, la sustancia funcional del cerebro, asociados al drenaje venoso anormal.
También es posible utilizar la tomografía computarizada para identificar hemorragias intracraneales que se relacionan a la fístula dural arteriovenosa.
El diagnóstico confirmatorio se realiza mediante la angiografía cerebral por sustracción digital, que se considera el estándar de oro. Este estudio permite visualizar a detalle las arterias de aporte y el sitio exacto de la fístula, así como el patrón de drenaje venoso; todo esto es información esencial para planificar el tratamiento.
En ocasiones, la clasificación de Cognard o de Borden se emplea para llegar a una estimación del riesgo de complicaciones, lo que ayuda a orientar la estrategia terapéutica.
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Con el tratamiento de la fístula dural arteriovenosa se busca cerrar la conexión anómala y prevenir complicaciones hemorrágicas o de daño neurológico.
La embolización endovascular es la opción que se emplea con mayor frecuencia, en donde se introduce un microcatéter hasta la fístula para ocluirla con adhesivos, espirales o particular. Este procedimiento mínimamente invasivo se puede realizar mediante vía venosa o arterial, en función a la anatomía de cada caso.
Para situaciones donde la embolización no es posible o no logra ser completamente eficaz, se recurre a la cirugía para resecar o aislar la fístula; o bien, a la radiocirugía estereotáctica que emplea radiación focal para cerrar el vaso anómalo de manera gradual.
La elección del tipo de tratamiento variará en función a la localización de la fístula, el estado general del paciente y la urgencia clínica.
Es crucial la vigilancia estrecha debido a que la fístula dural arteriovenosa puede recanalizarse y requerir un nuevo tratamiento.
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