Lo importante en el diagnóstico es descartar las múltiples afecciones susceptibles de provocar una elevada presencia de eosinófilos, por lo que se torna indispensable realizar una serie de estudios para lograr esta tarea y poder así, confirmar el diagnóstico.
Entre las pruebas más comunes se encuentran: análisis sanguíneos y de materia fecal, pruebas de alergia y genéticas, radiografías, resonancia magnética y tomografía computarizada.
El tratamiento a seguir dependerá de la gravedad de la sintomatología y el daño orgánico, pero, por lo general, busca disminuir el nivel de eosinófilos y prevenir o controlar las afectaciones a los órganos, a través de medicamentos.
Si la terapia farmacológica no funciona, las opciones son procedimientos quirúrgicos o el trasplante de médula ósea.
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