Una vez que el médico analice tu sintomatología e historial clínico, te realizará una revisión física y te solicitará una serie de pruebas sanguíneas para detectar anomalías que ayuden al diagnóstico, y te practicarán estudios de imagen como tomografía computarizada y tomografía por emisión de positrones, además de recolectar una biopsia de tu médula ósea.
El plan de tratamiento se establecerá en función del grado de avance del padecimiento, la intensidad de la sintomatología y tus condiciones generales de salud.
Al tratarse de una enfermedad crónica de lento avance, si está en su primera etapa, es recomendable retrasar el tratamiento hasta que llegues a un nivel intermedio, ya que no se considera adecuado someterte a los efectos secundarios y complicaciones inherentes a las terapias utilizadas en fases posteriores, como quimioterapia, radioterapia, inmunoterapia, terapia dirigida y trasplante de médula ósea.
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