El trastorno explosivo intermitente se caracteriza por episodios repentinos de ira tanto verbal como física, que suelen durar pocos minutos.
Entre los síntomas más comunes de una persona con trastorno explosivo intermitente están la irritabilidad constante, pensamientos recurrentes de enojo, baja tolerancia a la frustración y la dificultad para controlar impulsos.
Posterior a los episodios, es posible experimentar sentimientos de arrepentimiento, vergüenza o culpa, lo que contribuye a un ciclo de tensión y estallido difícil de manejar sin ayuda profesional.
Cómo saber si tengo trastorno explosivo intermitente
Sospechar del trastorno explosivo intermitente puede ser importante cuando los arrebatos de ira son frecuentes, intensos y no corresponden a la magnitud del desencadenante. En caso de que una persona explote con violencia en múltiples ocasiones a lo largo de los meses, es recomendable buscar orientación psicológica o psiquiátrica.
El diagnóstico lo realiza un especialista en salud mental mediante entrevistas clínicas y la aplicación de criterios establecidos en manuales diagnósticos como el DSM-5.
Antes de llegar al diagnóstico definitivo es importante descartar otras causas médicas o trastornos como depresión, ansiedad o abuso de sustancias, ya que estas condiciones también pueden manifestarse con irritabilidad o episodios de ira.
Cómo tratar a una persona con trastorno explosivo intermitente
El tratamiento del trastorno explosivo intermitente combina psicoterapia con el uso de tratamientos recetados, en algunos casos. La terapia cognitivo-conductual es una de las herramientas más efectivas, debido a que ayuda a la persona a identificar los detonantes de sus explosiones, modificar patrones de pensamiento y aprender técnicas de autocontrol y relajación para manejar la ira antes de que estalle.
A la par, algunos pacientes pueden beneficiarse con el uso de estabilizadores del estado de ánimo, antidepresivos o ansiolíticos, siempre bajo prescripción médica.
Por otra parte, la práctica de hábitos saludables como el ejercicio, el buen sueño y técnicas de manejo del estrés refuerzan la eficacia del tratamiento y ayudan a reducir la frecuencia e intensidad de los episodios.
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