Una vez que tu médico analice tu sintomatología e historial clínico, te realizará una revisión física y te practicará una serie de pruebas para poder determinar el diagnóstico, entre ellas, una audiometría para evaluar tu capacidad auditiva a través de distintos estímulos sonoros, diversos estudios del equilibrio como la videonistagmografía y los potenciales evocados, así como una electrococleografía con el fin de saber si existe líquido atrapado en el oído interno.
Asimismo, puede solicitarte análisis de sangre, tomografía computarizada y resonancia magnética para cerciorarse de que no existen otras enfermedades subyacentes que causen los síntomas.
El plan de tratamiento se enfoca en el control de los síntomas y en la reducción de la frecuencia de los ataques, pero no es posible revertir los daños auditivos que padezcas.
Los medicamentos más utilizados son:
- Fármacos para contrarrestar el mareo y la náusea.
- Diuréticos para evitar la retención de líquido.
- Gentamicina inyectada en el oído.
- Esteroides inyectados en el oído.
De igual manera, tu médico puede recomendarte una terapia de rehabilitación vestibular, la colocación de un audífono en el oído afectado y una terapia de presión positiva.
En caso de que los tratamientos farmacológicos y las terapias no invasivas no den buenos resultados y los síntomas sean graves e incapacitantes, la opción es la cirugía, pudiendo recomendarse procedimientos como el de saco endolinfático, la laberintectomía y el corte del nervio vestibular, siendo este último el más utilizado porque cumple la doble función de solucionar los problemas de vértigo e impidir el deterioro de la capacidad auditiva del oído dañado.
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