La presencia de una fístula arteriovenosa puede pasar desapercibida en sus etapas iniciales, pero conforme va afectándose la comunicación entre venas y arterias, el flujo sanguíneo se altera, comienzan a aparecer signos y molestias que varían en función a su tamaño y ubicación.
Fístula en el brazo y pierna
Cuando una fístula arteriovenosa se desarrolla en las extremidades, los síntomas suelen relacionarse con el aumento anormal del flujo sanguíneo y la sobrecarga de las venas.
La piel cercana a la zona afectada suele presentar enrojecimiento visible, también las venas se notan dilatadas o palpables y puede sentirse un pulso inusual o un soplo al tacto, debido a la turbulencia de la sangre.
El paciente puede experimentar, además, hinchazón, sensación de calor local y dolor o calambres que empeoran con la actividad física.
En caso de que la fístula sea grande o no se trate adecuadamente, puede llegar a producir fatiga en la extremidad, debilidad muscular y cambios tróficos en la piel, esto significa el desarrollo de úlceras o decoloración debido al mal suministro de oxígeno en los tejidos.
Fístulas pulmonares
Las fístulas arteriovenosas pulmonares provocan que la sangre pase directamente de las arterias pulmonares a las venas, sin el intercambio adecuado de oxígeno en los capilares.
Esta situación provoca una oxigenación deficiente que se manifiesta, generalmente, con dificultad para respirar, principalmente al momento de realizar algún esfuerzo físico. También suele desarrollarse fatiga, mareo y cianosis, la coloración azulada de labios, uñas o piel, a causa de la hipoxemia.
En casos más avanzados, o donde hay fístulas de grandes, puede presentarse tos con sangre, que se conoce como hemoptisis, dolor torácico y episodios de migraña o síntomas neurológicos; debido a que la sangre no filtrada puede permitir el paso de microémbolos al cerebro.
Por todos estos motivos es crucial una detección temprana para prevenir eventos de gravedad, incluyendo el desarrollo de un Ictus.